Acababa de abandonar la Facultad de Derecho al cabo de tres años, dedicados más que nada a leer lo que me cayera en las manos… Iba a cumplir los 23 años el mes siguiente… Había desertado de la Universidad el año anterior, con la ilusión temeraria de vivir del periodismo y la literatura sin necesidad de aprenderlos, animado por una frase que creo haber leído en Bernard Shaw: Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.

No fui capaz de discutirlo con nadie, porque sentía, sin poder explicarlo, que mis razones solo podían ser válidas para mí mismo.

Tratar de convencer a mis padres de semejante locura cuando habían fundado en mí tantas esperanzas y habían gastado tantos dineros que no tenían, era tiempo perdido. Sobre todo a mi padre, que me habría perdonado lo que fuera, menos que no colgara en la pared cualquier diploma académico que él no pudo tener…

-Tu padre está triste (dijo mi madre).

-¿Y eso por qué?

-Porque dejaste los estudios.

-No los dejé, solo cambié de carrera.

-Tu papá dice que es lo mismo….

-Así que tú eres el gran… ¿Qué estudias?

-…, periodismo empírico. Mi madre me escuchó y enseguida buscó el apoyo del doctor.

-Imagínese, compadre, quiere ser escritor.

Al doctor le resplandecieron los ojos en el rostro.

-¡Qué maravilla comadre! Es un regalo del cielo….

Mi madre se apresuró a explicar la verdad: nadie se oponía a que fuera escritor, siempre que hiciera una carrera académica que me diera un piso firme. El doctor minimizó todo, y habló de la carrera de escritor. También él hubiera querido serlo, pero sus padres, con los mismos argumentos de ella, lo obligaron a estudiar medicina cuando no lograron que fuera militar.

-Pues mire usted, comadre, soy médico, y aquí me tiene usted, sin saber cuántos de mis enfermos se han muerto por la voluntad de Dios y cuántos por mis medicinas. Mi madre se sintió perdida.

-Lo peor -dijo ella- es que dejó de estudiar Derecho después de tantos sacrificios que hicimos por sostenerlo.

Al doctor, por el contrario, le pareció la prueba espléndida de una vocación arrasadora: la única fuerza capaz de disputarle sus fueros al amor. Y en especial la vocación artística, la más misteriosa de todas, a la cual se consagra la vida íntegra sin esperar nada de ella.

-Es algo que se trae dentro desde que se nace y contrariarla es lo peor para la salud, dijo…

Me quedé alucinado por la forma en que explicó lo que yo no había logrado nunca. Mi madre debió compartirlo, porque me contempló con un silencio lento, y se rindió a su suerte.

-Cuál será el mejor modo de decirle todo esto a tu papá, me preguntó.

-Tal como acabamos de oírlo, le dije.

Fuente: Gabriel García Márquez, en su obra autobiográfica: Vivir para Contarla. (Entorno colaborativo de la Universidad de La Laguna)